Objetivos

La finalidad última a la cual aspiran los trabajos del Seminario de Estudios para la Descolonización de México, es propiciar el establecimiento de un plan educativo nacional que, por estar basado en valores radicalmente nuestros, haga que los mexicanos reivindiquemos, en la dignidad, el orgullo de ser lo que somos. La historia lo testimonia: hemos sufrido la más brutal invasión armada de que se tenga noticia y, como su consecuencia, tres siglos de oscura colonización física y espiritual; hemos padecido, una vez lograda nuestra independencia, multitud de agresiones que han minado la conciencia de nuestra propia estimación; soportamos actualmente el peso de maliciosas presiones colonizadoras políticas, económicas y culturales.

Hoy se hace necesario oponer a los perniciosos efectos de tales hechos, sentidos por todos nosotros, una acción capaz de combatirlos, y cuyos elementos esenciales pueden desarrollarse en los campos de la educación. En los años que siguieron a la Revolución, los mexicanos éramos educados como herederos de los indios; así, desde la primaria se nos enseñaba, por ejemplo, que Cuauhtémoc es nuestro héroe mayor; que él simboliza las luchas de nuestro pueblo por la libertad; que representa la gloria mayor de nuestra ascendencia, y debe ser para nosotros modelo presente y futuro. Por lo contrario, en los actuales libros oficiales de texto apenas se menciona a Cuauhtémoc, y se lo menciona no como el héroe de la gloria de México sino como personaje de una relativamente indefinida zona geográfica, nombrada Mesoamérica.

Lo demás que tenemos, el idioma, para comenzar, lo compartimos con otras muchas gentes; nos ha
venido desde afuera, nos ha sido impuesto. Ahora bien: por las razones antes esbozadas, han sido desde el principio los extranjeros quienes se han arrogado la facultad de definir ese mundo nuestro, y nosotros lo hemos consentido. Fueron primero los españoles, soldados y frailes, quienes lo hicieron; como hombres, nos dijeron débiles, mentirosos y cobardes; identificaron con el mal nuestro mundo del espíritu; ahora lo definen los eruditos norteamericanos, franceses, alemanes, juzgándolo sangriento, pesimista y primitivo.
Durante siglos, esos juicios parciales y despectivos, al servicio de opresores poderes, han pesado sobre
nosotros como una verdad humillante que se nos obliga a soportar.

De esta suerte, nuestro mundo prehispánico se nos aparece, supuesto que es fuente de la opresión que
aguantamos, como algo no deseable; al colonizarnos, se nos ha hecho sentir que la condición de indios es signo de vencimiento, de pobreza, incluso de vergüenza. Y eso ahora se nos enseña; se nos educa en esa falsa creencia; se nos inculca, por la colonizadora tradición de siglos que padecemos, el sentimiento de que en nuestra condición de indios radica un principio de inferioridad. Aún se ha pretendido eliminar de nuestra educación básica, la historia anterior a la invasión española cuando los indios éramos libres.
A eso procurarán oponerse los trabajos de nuestro Seminario.

Se plantea así el punto inicial de una renovada forma de educación, que dote a los mexicanos con una nueva forma de pensar, más libre y más cierta. No se trata –nadie podría quererlo—de volver al pasado; sí, en cambio, de evidenciar en el presente lo que aquél tiene de valioso; de asumirlo y de confirmarlo.

Aunque no suficientemente bien, se conoce un episodio del sitio de la gran ciudad azteca: frente a frente, separados por un canal, están indios y españoles; llega Cortés del lado de éstos, y les grita a aquéllos: "Quiero hablar con uno de sus grandes señores." Y alguien de los indios le responde: "Puedes hablar con quien quieras, aquí todos somos grandes señores."

Los trabajos de este Seminario tenderán a que en México se implante un plan educativo que integre en los mexicanos la posibilidad de volver a decir, desde lo profundo, esas últimas cinco palabras: "Aquí todos somos grandes señores." Que en lugar de vagos conceptos teñidos de racismo, los libros de textos nos enseñen que nuestra visión del mundo no ha de ser la visión de los vencidos, sino la visión de los grandes señores.

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