Octavio Quesada García

Descolonización. Por qué, para qué, cómo.

Hace apenas 500 años, a partir de la invasión europea de nuestro territorio, la corona española buscó, por todos los medios a su alcance, hacer desaparecer todo resabio de la cultura indígena que estorbara a sus propósitos. Estos, no eran más que los que que caracterizaban la expansión de europa a la sazón, literalmente, sobre el resto del mundo: la apropiación ilegítima de todos los recursos humanos y naturales existentes en cualquier territorio, por el sometimiento, cruento y alevoso, de sus habitantes originales. Lo mismo pasaba en Africa que en Asia que en América, lo mismo pasó en Oceanía.

Animados por la humana necesidad de libertad y autodeterminación, y a lo largo de los últimos 200 años, los pueblos habitantes originales de esos territorios han recobrado, lenta pero inexorablemente, sus legítimas soberanías.

Dicho proceso emancipador, irreversible por estar movido por naturaleza y vocación humanas, ocurre a
distintas velocidades según el continente de que se trate, y es regido por las condiciones imperantes en
el área y por su historia específica. Pero a tal proceso, todavía hoy se opone el mismo fenómeno que en el siglo XVI, nosotros tuvimos el infortunio de conocer; el fenómeno no ha cesado y sólo se ha transformado. En efecto, al sistema colonial de sometimiento, lo siguieron el asedio y la agresión militar a los pueblos originales, luego, un sistema neo-colonial de control de los recursos por la corrupción de gobernantes, y, finalmente, el actual, un sistema económico neoliberal al que, insidiosamente, se le atribuye valor de imperativo por sobre toda otra actividad humana. La invasión violenta de los territorios, como se ve, fue sustituída por otros medios no menos coercitivos.

Hoy, desmesuradas presiones económicas y políticas ejercidas desde el exterior, continúan violentando a
los pueblos originarios al impedirles el ejercicio cabal de sus soberanías, postergando, aún más, su
autodeterminación.

Por ello, de la misma manera en que el fenómeno que enfrentamos desde el siglo XVI no ha modificado su esencia, tampoco se ha de modificar la que nosotros venimos construyendo. El proceso emancipador e irreversible al que se hacía alusión líneas arriba, comenzado hace 200 años, aún está por concluirse. Ese es el proceso histórico que vivimos, y esa nuestra convicción. Si fuimos sometidos por un evento colonizador, nuestra respuesta, puesto que se le opone, ha de ser descolonizadora.

Pero en la fase actual de tal proceso, reconquistadas ya nuestra libertad e independencia físicas, la descolonización ha de dirigirse a la consolidación de aquéllas, en sus diversos aspectos políticos, sociales, económicos y culturales. Y no obstante la magnitud aparente de semejantes retos, existe una vía probada por experiencia humana que conduce inexorablemente y en la paz, hacia tales propósitos: la educación basada en valores propios. Así, nos descolonizamos educándonos, y educamos para descolonizar.